Páginas

martes, 10 de febrero de 2009

Cuando lo dificil es hablar y no que te escuchen.

+
A una de las entradas anteriores le puse un título bastante largo, una frase que se me ocurrió uno de estos días en los que te dedicas a pensar. "Lo difícil no es abrir el corazón si no encontrar a alguien que esté dispuesto a mirar lo que hay dentro."

Hasta hace cierto tiempo pensaba que esa frase describia bastante mi situación.
Bueno, lo mío no es muy distinto de lo que dice la frase. Supongo, que lo que pasa es que si no quieres hablar, da igual que no haya nadie al otro lado para escucharte.

Cuando "te dan por todos los lados", prefieres no pegar de tonta y caer otra vez.
A veces, cuando eres pequeño, te encierras en un lugar oscuro y calentito (la mayoría de las veces debajo del edredón y/o cama) y te dejas ir, normalmente cuando tienes miedo.
Imagínate un lugar así dentro de ti mismo, solo, aislado, a salvo.
Creo que lo llaman "escudarse".

Es más fácil llegar a ese punto que salir de él. Antes de que te des cuenta, has agachado la cabeza, te has escondido y has dejado de luchar.
No sé, es difícil explicarlo. Por fuera estás normal, sonríes... pero por dentro, por dentro en realidad no estás allí. Las emociones más simples son puros reflejos. El enfado, la risa, todo eso te llega como atenuado. Solo los sentimientos más fuertes chocan contra ese muro de cristal que te rodea, resbalando si son alegres o quebrando la barrera si son tristes o demasiado profundos.
Sin darte cuenta no avanzas, vas para atrás, te ciegas en tu desgracia.

Pero, con el tiempo todo se pasa, nada perdura, y hasta el escudo acaba rompiéndose.
Ahí es cuando peor lo pasas, porque es como si fueses más pequeña e insignificante.
Las palabras, los comentarios, se convierten en ráfagas de viento helado. No eres capaza de convencerte de que tú vales más que eso. Te infravaloras. Cuando el daño ya está hecho, de vez en cuando llega alguien que cree en ti, que te dice lo mucho que importas, pero pagas los platos rotos con esa persona, que no tiene ninguna culpa.
Es injusto, como lo que te han hecho a ti, piensas.
Después de haberte entregado de lleno en tu vida, de haber derramado lágrimas hasta que te duele, después de haber sangrado hasta la última gota de sangre, ya no tienes ganas de nada.
Ignoras la felicidad, una meta imposible, pasas de ilusionarte con algo, solo puedes pensar que nunca lograrás tus sueños, que es estúpido perder el tiempo es vanas ilusiones. Pierdes la fe.
Dejas de proponerte cosas.

Dejas correr el tiempo entre tus dedos, pasan los trenes ante ti y ni siquiera te esfuerzas por cogerlos.
Te has quedado afónica de tanto gritar pidiendo una ayuda que nunca llegó.
Algo bueno tiene, te espabilas de golpe.
La realidad adquiere para ti un cariz más claro.

Maduras, pero pierdes la infancia por el camino.
Pero no es eso lo importante.
Con el tiempo, te endureces, dentro o fuera de tu coraza, y aprendes a defenderte, a levantarte de la eterna caída. Buscas algo, pequeñas cosas qeu te motiven. Una canción (o todo un estilo), un libro (o toda la biblioteca, como yo), un deporte... algo.

Hombre, la desconfianza siempre queda, todo en la vida deja una huella invisible e inborrable en nosotros, algo que marca nuestra forma de ser y de vivir la vida, y hace de nosotros personas distintas.


Esta también va dedicada, ¿te vale con esto, amigo?

2 comentarios:

¡No matemos a los árboles!