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miércoles, 23 de junio de 2010

Mala leche



A los que no esperan a que escuches para hablar y se enfadan cuando preguntas ¿Qué?
A los que se dan por ofendidos aunque no hablas de ellos.
A los que montan pollos sin fuste ninguno.
A los que no saben pedir perdón (que no es el fin del mundo por decir lo siento, ¿eh? No se va a caer el cielo sobre nuestra cabeza, ni nos va a asaltar un ladrón, ni partir un rayo ni nada de eso, y la taza del váter va a seguir como siempre, no nos va a salir la cabeza de un cocodrilo ni nos va a tragar...)
A los que cogen las cosas sin pedir permiso. (Dioooosss, si que odio eso. ¡Que no es tuyo, jo...! Como hicieras tú lo mismo...)
A los que te meten en líos sin avisar.
A los que, si no te gusta el fútbol, no te vuelven a hablar igual.

A ver, todos, ¿qué os habéis creido?

¡Que seamos permisivos no significa que tengamos más paciencia que un santo!
¡¡No soy una jo... hermanita de la caridad!!
No tengo porqué hacerte favores, no te creas con derecho de exigirme algo más que respeto.
¡No soy un traductor!
¡Ni un diccionario!
¡Ni la enciclopedia ilustrada!
Tampoco un ordenador, un microchip o todas esas chorradas que me llamáis.

¡Voy a estallar!

Tampoco soy el servicio técnico; no me pagan por solucionar tus problemas.
Lo mínimo que pido es un "por favor", que mira que es sencillito, ¿eh? Tiene el español palabras más complicadas, seguuuro.
Y el gracias ya... eso no se dice ni aunque te arranquen la lengua.
Nuestros padres, nuestros abuelos, y ya ni te digo los que estaban antes que ellos, eran muuucho más educados.
Y no digo que yo sea aquí la reina de la corrección, pero al menos lo intento.

A ver si nos vamos quitando el complejito de dueños del mundo, que el juguete es de todos o de ninguno.

Porque sí, por desgracia, somos un animal social, y no hemos nacido solos en el mundo.
Tampoco tenemos memoria de pez para olvidar las ofensas, y como nuestro lenguaje es lo suficientemente complejo como para llegar a dar malentendidos, mejor no forzar las cosas haciendo el cafre, ¿eh?

Oh, cómo olvidar el "no me pasa nada" cuando el cabreo inunda el aire. ¿No es más sencillo soltar dioses y copones y dejar las cosas cristalinas cuando todavía está fresca la cosa? Porque luego vienen los rencores injustificados y los enemigos irreconciliables.

Respeto.
Educación.
Y transparencia.
Con eso íbamos todos que chutábamos.

P.D:
¿A que esta entrada destila mala leche? Esto es obvio, no hay que explicar por qué X3

lunes, 14 de junio de 2010

El melocotón


Es algo raro.

No me gusta el melocotón (¿o era el albaricoque? No soy buena en esas cosas, X3).

El sabor, me refiero.

Sobre todo cuando llegas cerca del hueso, que empieza a amargar.

Cuando llego a esa parte entiendo porque la gente dice que los momentos tristes son momentos amargos.

Es algo realmente penetrante, desagradable, que tarda en marcharse de tu boca.

¿Cómo la tristeza quizás?

Pero… hay algo que me gusta.

Su olor.

Es algo dulce… ¿inocente, quizás?

Me recuerda a las flores… o a los colores pastel.

¿Un rayo de sol entrando por una ventana mientras comes algo en la cocina?

El sonido seco y corto de una tecla de piano, quizás.

Y su tacto… eso sí que es raro.

Si te lo pasa por la piel o por los labios, es tan suave como seda, una caricia tan leve… recuerda mucho a la piel humana, ¿a que sí?

Pero si lo lames se vuelve desagradable, como papel.

Es como lamer una pelota de tenis.

Me hizo mucha gracia cuando lo descubrí, porque no me lo esperaba.

Es como esas otras cosas que nunca son como las esperas, porque no las has visto, sentido o conocido como deberías.

Y el color del melocotón (o el del albaricoque; personalmente creo que es lo mismo pero con diferente tamaño) es también muy agradable.

Me recuerda a los bebés, quizás.

¿Quién me iba a decir que un melocotón pudiera ser tantas cosas?

P.D: aunque reitero lo dicho, el melocotón como fruta no me gusta para nada ‘^>^’