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lunes, 16 de septiembre de 2013

¿Apoyo?

Hubo un tiempo en el que me sentía con derecho a quejarme.
Ese tiempo ahora se me antojo muy lejano, y apenas fue ayer, hace tan solo un segundo.
Sí, creía que me estaba permitido llorar, que podía dejar salir mi sufrimiento y esperar una respuesta amable del exterior.
Y es ahora cuando desearía creer en algo.
En Dios, santos y ángeles, en Buda, en Alá, lo que sea, creer que hay alguien ahí dispuesto a escucharme.
No es que no haya gente con quien hablar, sino que no tengo derecho a hacerles oír lo que siento.
No tengo el valor, es injusto y solo me hace quedar todavía más abajo.
Llega un momento en que creces, quieras o no, y eso te obliga a independizarte de tu entorno, hace que sientas esas manos protectoras alejándose y empieces a sufrir los golpes de los que te protegían.
Ya no tengo derecho a pedir ayuda.
El tiempo ha pasado, ha arroyado todo a mi paso, y me deja varada.
Es imperativo que encuentre un medio, que alce un pie y después otro, y deje de usar a los demás como barco.
Cuando siento ese dolor renuente, esa sensación persistente de abandono y de ahogo, no puedo pretender que alguien me dé unas palmaditas en la espalda.
Y todo esto lo digo tratando de convencerme.
Me restrinjo patéticamente de parecer un cachorro abandonado, y ya no sé qué pensar.
No sé qué debo y qué no debo hacer.
No sé qué debo creer.
Bien, ¿qué corriente seguir? ¿Qué río elegir para dejarme arrastrar?

¿En manos de quién debo dejar mi lealtad si no soy capaz de confiar en mí misma?

En este punto es cuando empieza el ataque interno.
Es ahora cuando la verdad se transforma y cae con todo su peso sobre mí, sobre mi frágil autoestima.
No tengo otro enemigo más que mí misma.
El mundo solo comete el pecado de llevarme la contraria.
No hay herida que sanar, golpe que tratar, no hay nada, NADA por lo que sea digna de lástima.
¿Qué me hace buscar continuamente el apoyo de los demás?
¿Qué hago para merecerlo?
Dios mío, ¿por qué no caigo de un lado de una vez por todas?
¿Es que quiero sufrir?
Podría...
Podría caer... caer sin fin... mientras siento que el nudo en mi garganta se deshace y trago de nuevo la hiel de mi existencia.
No hay zanja que saltar, barranco por el que deslizarse, no hay nada.
Solo yo y mi pequeño mundo.
El teclado del ordenador, el olor a pintauñas, mi muñeca sin boca ni corazón, calor, mucho calor, y un cierto caos incontrolado.
Debería huir antes de que mi amor viral lo contamine todo.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Algún día aprenderé que las tristezas son de uno y las alegrías para compartir.
Se fijará en mi memoria el recuerdo de las miradas y los gestos de desagrado al mostrar mis agujeros y se alzarán estos como silenciosa advertencia antes de que mis labios destruyan con un par de frases lo que luego no arreglarán centenares.
Sí, algún día aprenderé que las tristezas son de uno y solo las alegrías se pueden compartir.