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viernes, 13 de agosto de 2010

Mi concepto de normalidad (parte I)

En mi vida nunca ha habido nada preocupante.

Siempre he sido una chica normal, como las demás.

Un grupo normal, con gente de toda clase; una clase normal e incluso unas notas normales.

Mi cara es un poco más inexpresiva de lo que debería ser, pero eso me ayuda a no llamar la atención de nadie.

No tengo una ideología política clara, ni tampoco unos grandes ideales.

Me conformo con un helado de chocolate y una coca cola y pasar las tardes con mis amigos es lo suficientemente divertido para mí.

En la tele, veo las mismas series que todo el mundo y no tengo preferencias especiales.

Soy del tipo de persona que se deja arrastrar por la gente.

Por eso nunca imaginé que el hecho de que mi cuerpo fuera a reaccionar así estaría fuera de la normalidad.

Estábamos de paseo, mis amigos y yo, por un barrio cualquiera, comentando el interesante giro de una nueva serie cuando lo oí.

Al principio no se podía casi ni percibir pero yo, un poco apartada del resto, simplemente me paré y escuché.

Era un quejido, un sollozo quizás.

Un golpe sordo y ese sonido de nuevo, pero más intermitente.

Lo seguí por instinto, pensando que sería un gatito abandonado o algo por el estilo.

Una de mis amigas vio que me había parado y tiró de mi manga para que siguiera avanzando, así que le hice caso y la seguí.

Los gemidos se hicieron más intensos cuando llegué al grupo, así que todos se giraron para ver que estaba ocurriendo.

Había una mujer.

Una mujer normal, sin nada que destacar.

Excepto la sangre en su ropa y en su cara, y el hecho de que no podía parar de gritar.

Intentó correr, alejándose del lugar de dónde salido, pero una mano fuerte, de un hombre normal, sin nada que destacar, la tiró al suelo con violencia.

Los gritos se hicieron aún más fuertes cuando se le unieron los de aquel hombre.

No recuerdo qué decían, porque el estruendo era tan grande que todo se entremezclaba en mi cabeza.

De pronto el hombre la golpeó.

No fue una vez, ni dos.

Tampoco tres, ni media docena tampoco.

Los golpes se sucedían uno tras otro, una lluvia que caía sobre la mujer, que se acurrucaba como si fuera un gato callejero.

El hombre tiró de su brazo para levantarla y meterla de nuevo a la casa para dejar de hacer el espectáculo y, por un segundo, sus ojos se cruzaron con los míos.

O esa fue mi impresión.

¿Esa era la mirada de un hombre normal?

Había ira, frustración, miedo por ser descubierto y sensación de superioridad cuando miró a la mujer.

¿Era placer lo que se marcaba en sus rasgos al verla llorar?

Ella también me miró.

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