Páginas

lunes, 23 de agosto de 2010

Mi concepto de normalidad (parte II)

Miedo… no, pánico en aquellos ojos normales y remarcados por unas profundas ojeras.

¿O eran morados de otras palizas?

La mujer se veía tan pequeña desde aquella distancia…

Sí, una mujer normal, pensé, mientras su imagen se hacía más y más grande en mi mente.

Escuché vagamente a alguien gritando mi nombre, pero no sabía por qué.

Vaya, sería una mujer muy guapa si no se viera tan vieja y cansada…

Me recordaba a una perra vieja que habíamos tenido, a la que mi padre apaleaba para desahogarse.

Aunque quizás era una mala comparación.

La mujer empezó a hacerme gestos… ¿para que me alejase?

Un instante después a quien tuve delante fue al hombre.

Algo se movió a toda velocidad hacia mí y sentí un doloroso pinchazo en la boca.

-¿Qué estás haciendo, niña? Te matará…

Era un susurro muy suave, pero era lo único que podía oír en medio de toda la confusión.

-Aparta de mi camino. Esto son cosas nuestras.

Aquella voz era más fuerte, pero menos clara. No podía entender las cosas cuando se decían con furia.

Fui a decir algo pero no podía mover bien la cara.

El sabor a la sangre en mi lengua me sorprendió.

Me llevé la mano a los labios y la bajé, para vez la sangre mojando mis dedos.

La mujer tiró de mi pantalón, instándome que me marchase.

La vena en el cuello de aquel hombre latía peligrosamente, pero no me asusté.

Creo que no comprendía del todo bien lo que ocurría.

Sólo sé que me giré hacia la mujer y le tendí la mano para que se levantara.

-¿Tienes una idea de lo que me pasará si le enfadas aún más?

Otra vez aquel molesto susurro que no decía más que tonterías.

Forcé una sonrisa y me agaché junto a ella, sin dejar de ofrecerle mi ayuda.

-No te preocupes. Por muy grande y fuerte que sea, somos dos. Seguro que hay algo que podamos hacer si estamos juntas.

El ruido creció en mis oídos cuando vi de nuevo a su puño acercándose a mi cara, pero no llegó a tocarme.

Alguien había inmovilizado a aquel hombre por detrás y lo tiraba al suelo boca abajo, mientras le gritaba a alguien para que llamara a la poli.

La mujer a mis espaldas se puso finalmente en pie y me cogió de la mano, asustada.

No paraba de llorar y sus lágrimas se mezclaban con la sangre de sus heridas.

-Gracias por ayudarme, de verdad. No sé cómo…

-¿Gracias? No hace falta que diga nada. –Susurré finalmente.

Me empezaba a doler la cara y tenía ganas de cerrar los ojos y dejarme llevar.

Quizás estaba perdiendo mucha sangre.

Los vecinos, o quién sabe quién, se hicieron cargo de la situación y mis amigos se abrieron paso para arrastrarme hasta casa.

Mientras me arrastraban, los ojos de la mujer y los míos se cruzaron y sonreí una vez más.

Había conmoción en su mirada, pero el miedo se disipaba poco a poco en el abrazo de su vecino o lo que fuera, su salvador y en definitiva el mío, porque había evitado que me golpearan otra vez.

Las lágrimas lavaban sus ojos y, muy probablemente, también su alma.

Estaba muy mareada, así que no recuerdo cómo llegué a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No matemos a los árboles!