Llevo mucho sin actualizar, y tampoco creo que le importe a nadie.
Hace tiempo que esto se ha convertido en un cajón de relatos, para no tenerlos perdidos, para tenerlos organizados. Y eso de ahora es un cuento que le escribí a alguien que me aprecia mucho, pero que no se aprecia a sí mismo lo suficiente.
Si alguien lo lee, que lo disfrute. Y que busque el evidente significado... o se identifique.
Hace tiempo que esto se ha convertido en un cajón de relatos, para no tenerlos perdidos, para tenerlos organizados. Y eso de ahora es un cuento que le escribí a alguien que me aprecia mucho, pero que no se aprecia a sí mismo lo suficiente.
Si alguien lo lee, que lo disfrute. Y que busque el evidente significado... o se identifique.
Había una vez una niña que
vivía dentro de su corazón: yo.
Al principio era como si mi
corazón durmiera con las luces apagadas.
Solo había oscuridad.
No me disgustaba, me había
hecho a eso y había aprendido a vivir a ciegas.
Pero un día decidí abrir una ventana.
Solo una.
Una ventanita diminuta en lo
alto del todo, con una reja bonita y oxidada.
Y con ella abierta entró la
luz...
Y con la luz, entró el sonido
de mi respiración, el latido de mi corazón, el olor de la hierba y el calor de
un abrazo.
Poco a poco me acostumbré a dormitar en mi
rinconcito, mirando la ventanita, acurrucada… pero ya no estaba completamente
dormida.
Era una duermevela oscura, en
cierto modo, dolorosa.
Seguía prefiriendo la oscuridad,
pero no me apetecía cerrar la ventana.
Otro día alguien llegó y me
dijo que probara a abrir otra ventana.
Yo, sin darme cuenta, la abrí.
Y entonces vi el cielo.
Me quedé mirándolo un poco
asustada, porque estaba lejos, lejos, y era inalcanzable para mí.
Pero vi los pájaros.
Y pasé horas observándolos.
Pensaba en lo calentitos que
estaban, en lo suave que eran sus plumas… Sabía todas esas cosas sin haberlos
tocado nunca, estaban ahí, a la espera de que alguna vez pensara en ellas.
Esa segunda ventana también
tenía reja, así que no los podía tocar.
“Bueno”, pensé, “puedo abrir
otra ventana”.
Y esa otra ventana no tenía
reja.
Así que la abrí y, nada más
hacerlo, sentí el viento.
Al principio estaba muy
sorprendida.
Algo acariciaba mi piel, y no
podía saber qué era.
Me confundía.
Pero luego me gustó... Me encantaba
sentir el aire… o verlo… u oírlo.
Me encantaba el aire.
No pude alcanzar los pájaros,
pero podía verlos más cerca y con eso me bastaba.
Cuando comenzó a llover afuera,
me quedé mirando el agua caer, asombrada, y saqué el brazo por la ventana.
Estaba ansiosa por probar la
lluvia.
Justo en ese instante, de
pronto, un relámpago lo iluminó todo y vi las paredes de mi corazón llenas de
fotografías.
Fotografías de mi vida.
Había muchas en blanco.
Otras en negro.
Y solo las primeras y las últimas
en color.
Las que estaban en blanco no
las podía recuperar.
Las que estaban en negro era
mejor no saber lo que mostraban.
Y las de colores eran cosas
insustanciales, pero bonitas.
Fotos de pájaros, fotos de
nubes, fotos de lluvia...
Las miré todas y las olvidé,
tan rápido como ese relámpago dejó de iluminar la habitación.
Un día, mientras seguía lloviendo
ahí fuera, vi un árbol.
Y alguien debajo de ese árbol, mirando
hacia dentro de mi corazón con un poco de miedo.
No quería llamar, pero quería
entrar, conocerme de verdad.
Así que abrí una puerta.
Una puerta chiquitita, pero una
puerta al fin y al cabo.
Una puerta que antes no había
visto o no me había atrevido a abrir.
Y miré a ese niño (porque era
un niño) y le tendí la mano con una sonrisa.
No sabía lo que era una sonrisa
hasta entonces.... pero me gustaba verla reflejada en otra cara, así que sonreí
hasta que me tiraron las mejillas.
Dolían, pero no me importaba.
Y saqué un paraguas y tapé al
niño con él.
Y le pregunté su nombre.
Y dije el mío.
Y comenzamos a hablar.
Al principio, con recelo, pero,
por algún motivo, ese niño era como los pájaros y el aire... un niño herido
pero puro y natural.
He olvidado decir que alrededor
del corazón había un acantilado, un camino de piedras afiladas y un prado que
conducía a la nada.
El único camino para ver el
mundo dolía... así que esperé...
Esperé un rato… hasta que poco
a poco, la gente comenzó a llamarme desde el otro lado... eran personas que
tenían colores distintos, corazones distintos, y no siempre buenos, pero
podríamos ir juntos.
Así que cogí a ese niño de la
mano.
Yo también era una niña, y
comencé a andar.
A veces tenía miedo.
Otras, quería volver a la
oscuridad de mi corazón, donde estaba segura y a salvo de las tormentas.
Pero es muy difícil cerrar
ventanas abiertas... tan difícil como abrir ventanas cerradas.
Ya había gastado mucho en
abrirlas, ¡ahora ya no las iba a cerrar!
Y conocí pájaros nuevos.
Aires nuevos.
Lluvias nuevas.
Gente nueva...
Cada vez que pensaba en las
fotos en negro, me deprimía.
Y me daba miedo que las fotos
en blanco recuperaran su imagen algún día.
Así que procuraba no pensar en
ello.
Ese niño, un día, me llevó a su
casita corazón.
Era una casita negra, como la
mía.
Una casita a la que no habría
entrado si él no me hubiera tirado de la mano con todas sus fuerzas.
Él no sabía muy bien cómo abrir
ventanas, pero mirándolas de cerca ya estaban abiertas. Eso sí, con las persianas
cerradas.
Así que me dediqué a abrir
persianas.
Y de nuevo entró la luz en su
corazón,
A veces era de noche.
A veces de día.
Pero siempre entraba luz.
Del sol o de la luna.
Esto fue lo que aprendí: El
único sitio por el que no entra luz es por las ventanas cerradas, por las
puertas cerradas, por los corazones
cerrados, por las personas cerradas.
Nunca sabemos lo que hay al
otro lado...
Por eso permanecemos en ese
espacio pequeño y oscuro que conocemos.
Puedes tener mala suerte y
abrir la puerta para tirarte por el precipicio sin saber que está ahí.
Hay gente que no ha vivido en
un corazón sin puertas ni ventanas, sino que ha decidido cerrarlas.
Quizás cayó en el camino
espinoso porque alguien le puso la zancadilla.
Un “alguien”.
O tal vez muchos.
Quizás lo que hay fuera no te gustaba.
Son demasiados los motivos que encierran
a las personas dentro de sí mismas.
Quizás no pueden salir solas. Quizás
no saben abrir puertas y ventanas.
Quizás tu mano es la que necesiten para escapar.
O quizá la gente piensa antes de lanzarse a la aventura, quizá la gente medita seriamente las posibilidades que pueden llegar a ocurrir, quizá la gente predice que puede pasarlo mal, quizá la gente le gusta lo que haya afuera pero sabe que lo va a pasar mal. El hecho que alguien se encierre en si mismo no quiere decir que no le guste lo de afuera. ¿Porque? Puede haber gente que si, que se encierran en si mismo porque es un momento de relajación y tranquilidad que no es comparable con nada. ¿El hecho que alguien sea cerrado necesariamente tiene que haber sido lastimado? Uno no necesita vivir algo para sentirse identificado... Es como que alguien es muy popular, la gente la busca, en cuanto la ve tiene ganas de hablar con el o ella... Pero esa persona prefiere no ver a nadie ni hablar con nadie... ¿Necesariamente debe ser lastimada?. Y si, la gente puede tener el corazón cerrado pero aun así, puede haber luz o puede entrar... O mejor, no hace falta luz para tener un buen corazón... Una persona puede vivir desgracia y media... pero si es capaz de levantarse sin ayuda de nadie... ¿Hay algo mejor? Buen entrada y un saludo para ti.
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