Páginas

miércoles, 3 de marzo de 2010

Amanda.

Amanda:


Escribo sin saber si te llegará esta carta, pero mi mensaje, esta vez, es importante.

Estás tan lejana que no puedo alcanzarte y este pobre poeta desesperado aúlla a la luna con la esperanza de que vuelvas.

Pero has contraído un compromiso del que no te puedes escapar, ¿verdad?

Te has casado con la muerte y no puedes dar marcha atrás.

Y aquí me dejas, con la incertidumbre de si algún día te volveré a ver.

Y te olvidas tu cuerpo muerto sobre una cama para torturarme, ¿no es verdad?

Eres frívola y desconsiderada al olvidar de este modo mis sentimientos, todo el amor que te di y todo el que me quedaba por dar.

Y me dejas en el olvido, con una sonrisa en tu rostro, permitiendo que me consuma de rabia y odie al Dios que te creó y ahora te aparta de mi lado, llenándome el corazón con esta cruel esperanza.

No vas a despertar de tu sueño, Amanda, y me niego a verte envejecer en una cama, sustituyendo poco a poco el recuerdo de tu risa y tu mirada por las imágenes de esta muerte estática.

Me niego, Amanda.

Voy a poner fin a tu sufrimiento, sin saber si, algún día, habrías podido despertar.

Porque ya no serías la Amanda que yo amaba, sino un pálido reflejo, un insulto a tu memoria, y tú no habrías querido eso.

Pero me cuesta pensar que tu existencia puede apagarse de golpe con solo apretar un botón y desconectarte para siempre de mi vida.

Lo superaré.

Viviré por ti cada minuto que te arrebataron, y vivirás siempre en mis recuerdos, como un ángel que extiende sobre mí sus alas puras y blancas.

Intactas e inmaculadas como tu alma, a la que no le dio tiempo a marchitar.

Sé que dónde estés me protegerás, y me perdonarás por todo lo que te pude hacer en vida y te hago ahora en tu muerte.

¡Esta injusticia me mata!

Me come por dentro el pensar cómo te fuiste de una forma tan prematura y fortuita; la mala suerte, que te jugó una mala pasada.

Si tan solo…

Si tan solo te hubieras quedado en casa un poco más…

No te habrías cruzado con aquel camión ni yacerías ahora entre mis brazos, eternamente dormida.

A menudo pienso en ello, y me hubiera cambiado por ti en aquel instante, solo para legarle al mundo tu sonrisa.

Tú habrías sido más fuerte que yo, habrías luchado por mí y lo habrías hecho mejor de lo que yo lo haré jamás.

Me niego a enterrarte y llorar tu ausencia sobre una lápida fría y húmeda, tan ajena a lo que siento.

Tengo miedo, Amanda.

Tengo miedo de perder la cordura en el dolor de la pérdida y no remontar.

Quiero seguir mi vida, pero tu hueco siempre vacío, caminará a mi lado.

¿Sobreviviré?

¡Dios, qué inmensamente egoísta soy, manchando nuestra despedida con autocompasión!

Pocas cosas ya que decirte, excepto que, te amaré por toda la eternidad, porque, aunque habrá otras, tú siempre serás la primera.

No la única, pero ya sabes que es muy difícil si no estás tú aquí para cuidar de tu puesto.

Nuestro amor es tan grande que perdurará a través de la muerte, y que, cómo nos separó, nos volverá unir.

Espérame en una nube en tu rinconcito del cielo, porque volveré a ti aunque me lleve toda la eternidad.

Te quiero, Amanda.