Páginas

martes, 23 de abril de 2013

¿Por qué leo? FELIZ DÍA DEL LIBRO

¿Por qué leo?

Leo porque no conozco otra manera de vivir. 
Leo porque me gusta, porque me recuerda lo viva que estoy y porque me abre la puerta a lo más profundo de mí misma. 
Leo porque es aire y agua, porque le da sentido a nuestras vidas comprender el que tuvieron las de otras personas. 
Leo porque un libro siempre será tu mejor amigo, con su final siempre estático, que no traiciona.
Leo porque la muerte en los libros no es más que una página en blanco, porque el dolor es solo una palabra y la alegría es tan viva que traspasa corazones, que llega hasta el alma.
Leo porque leo, y porque leo, escribo.
Leo porque siempre trae buenos recuerdos, porque el libro es un amigo que siempre tiene una historia que contar y te deja interrumpirlo cuando habla.
Leo porque me ha unido a personas maravillosas, reales y ficticias (aunque nunca se tiene muy claro qué línea separa ambas cosas), que han llenado mis vacíos mejor de lo que yo nunca podría.
Leo porque lo amo, porque mi corazón es de tinta y mi alma de papel, porque mis dedos solo saben escribir día tras días.

¿Que por qué leo?
¿Aún te lo preguntas?
Leo porque somos literatura, amigo mío, nada más que una historia que contar.

lunes, 1 de abril de 2013

Remodelación de interiores

ANUNCIO AQUÍ, ante mi escaso público aquí no presente, que mando a la porra todo intento de racionalización de mi persona.
He intentado ser políticamente correcta (¡de verdad que lo he intentado!), estrictamente real y satisfactoria para el personal, y me temo que eso no me place, así que os hablaré en verso si me apetece, haré reverencias burlonas, seguiré tan loca como siempre y, sobre todo, viviré más tiempo de mi vida en mi paraíso particular.
¡A la porra mando el estar siempre pendiente de vosotros, adorable chusma mía!, y con chusma no os insulto, porque me parece una palabra bonita y de especial sonoridad, os lo parezca o no os lo parezca, y me lanzo de cabeza a la aventura.
Adiós, amados míos.
Hola de nuevo a la vieja yo, a la que no levanta la nariz del libro, porque sí, SÍ, señor Dios mío, ¡SÍ!
He encontrado en polvorientas páginas lo que nada me daba, ¡SERENIDAD!
Estoy en paz por un momento, y me pregunto por qué demonios sacrifiqué mi adorable y maravilloso obnubilamiento para ser rotundamente realista.
¡NO! ¡¿Qué me importa a mí lo que piense la gente?! (Vale, sí, me importa, pero mejor será que no me entere de nada, mejor será).
¡Y no me provoquéis, que tengo la poesía al punto para dejaros totalmente... totalmente... para dejar que os riáis de mi persona, creo yo!
Bah, demasiadas incoherencias juntas, todos lo sabemos.
Nunca fui muy coherente.
Creo en las auras, tengo una fe ciega en ciertos misterios de la ciencia y valoro mucho más una elegante fantasía que un frío razonamiento.
La ciencia, ¿qué ciencia? Sí, ciencia. La ciencia es un pesado tanque que aplasta toda flor artística que encuentra.
Los números de la naturaleza, ese maldito número áureo, ¡métanselo por donde les quepa, científicos de pacotilla!
¡A nadie le importa el número de la naturaleza que os permite imitarla!
¡La belleza es bella porque no se puede explicar!
¡Solo os necesitamos para los misterios de las dobles hélices y de la química del carbono, más allá de eso, no metáis vuestra enguantada mano!
O sí, lo que sea.
¡Qué más da!
Nunca encontraréis vuestras respuestas.

¿Sabéis por qué?
Porque en el mundo hay magia, hay magia en no saber todas las respuestas, y sin eso, vosotros, no seríais nada, y por eso ¡YO NO QUIERO SER COMO VOSOTROS!
Quiero ser una bioquímica sin respuestas. ¡Quiero jugar con bacterias por placer! Quiero imaginar, más que saber, sus posibilidades.
Quiero creer que hay plásmido sin saber si lo hay y quiero esquivar el amoniaco del que me salva la suerte del agua destilada.
Y quien vaya a mi grupo de prácticas, sabe a lo que se refieren estas palabras.