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martes, 26 de enero de 2010

Llegará (Parte 9/10)


9. Llegará IX: Sueños y mentiras

La vida entera en pos de un sueño que se aleja. No vendrá, por supuesto que no hará.
Está fuera de tu alcance, pero no del que no lo busca.
Quédate ahí parado, mirando cómo se llevan lo que te pertenece.
Finge si no lo eres.
Lo que no eres.
Miéntete.
Miéntele.
Miénteme.
Y duerme por las noches al amparo de tus delitos, soñando con un mundo que te aterra, que siempre lo hará.
La verdad que se escapa de nuestras manos, ¿caerá en las de nuestros enemigos?
¿O en las de nuestros hijos marchitos por el perdón?
¿O caerá en un mar de olvido, de donde nunca debió salir?
¿La verdad?
Una daga de doble filo.
¿Qué duele más, la ignorancia o el saber?
Da igual que lado escojas, los dos lados cortan, sangran, desgarran, trituran y duelen.
Húndete en el mal y no busques la luz, porque la oscuridad es mejor compañía que la luz, donde las mentiras y las verdades relucen al sol de medianoche.
Escóndete tras una luna de sangre, y traza tu propio destino en la sombra.
Y recuerda, que la venganza es un don que nosotros mismo nos debemos.

Nosotros

A veces... me quedo
parada de repente,
a mitad de algo,
y siento como si todo
corriera muy deprisa.
Muy deprisa para mí.
No puedo esconderme
del tiempo, ni de la vida,
ni de los demás.
No puedo saber
lo que va a pasar mañana
y poder preparame para ello.
Hay tantas cosas que no se pueden hacer...
Vivimos en un mundo
de lleno de imposibles,
dónde los posibles
carecen de sentido
y no nos llaman la atención.
Pero para mí, respirar cada segundo
ya es como un milagro.
¿Cómo podemos existir,
resistir
y recibir los golpes
sin derrumbarnos por completo,
sin deshacernos como una estatua de arena
en la orilla?
¿Cómo... cómo nosotros,
que no somos más que
un conjunto ordenado de células
podemos sentir,
amar y sufrir,
y no uno solo,
sino todos los demás?
¿Cómo puede haber sobre nuestras cabezas
un cielo tan grande, que aún así,
siga creciendo?
Un cielo que nos lleva millones de años,
y ahí sigue,
eterno e impoluto, algo que
perdurá por el resto de los siglos.
¿Y nosotros?
Nosotros, que no hemos durado
apenas una milmillonésima parte
de la existencia de la Tierra,
¿cuánto tiempo más seguiremos poblándola?
Nosotros, que hemos destruido
lo que cientos de miles de años de evolución creó,
¿no nos merecemos acaso no existir?
Sí, nosotros,
que dedicamos nuestra vida
a escribir tiernas canciones
mientras todo cambia, que hemos prosperado
a costa de la tierra que nos vio nacer,
así como un macabro agradecimiento.

Quién sabe.

lunes, 11 de enero de 2010

Aire


El aire remueve las hojas.
El cielo está gris, encapotado, acorde con mi humor.
El sonido se ahoga en los auriculares, y aunque taladra mis oídos, no parece sonar lo suficientemente fuerte.
El latido de mi corazón parece condenadamente lento comparado con la última vez que te vi.
Sí, la última vez.
Ya no recuerdo cuando fue.
Hace un mes, supongo.
Había algo más de luz aquel día.
También era más pronto que esta tarde, pero de todas maneras, el sol resplandecía suavemente, tocando los tejados con su luz.
No había ni una sola nube.
Dábamos un paseo.
Juntos, el uno al lado del otro, sin compromisos.
Llevabas los vaqueros muy bajos, y se arrastraban por el suelo, llenándose de polvo.
Pero te daba igual, como siempre.
Jugueteabas nervioso con las cadenas que colgaban de tu cuello.
Quizás eso debería haberme advertido.
Acabamos en el parque, como cada tarde a las seis, y tú te sentaste en el banco, sin ofrecerme un sitio.
Sabía que sería rápido e indoloro, porque tú eres así, no te gusta darle vueltas a las cosas.
Te expresaste deprisa y con claridad.
Te marchabas.
Al día siguiente por la mañana.
Y querías que yo fuera la última en enterarme.
Le he dado vueltas al asunto desde aquella tarde, y todavía no entiendo porqué debía ser yo la última.
Después de que me lo dijeras, me quedé allí, de pie, mirándote, durante unos segundos que se me hicieron infinitamente largos.
Finalmente, me di media vuelta y me marché sin despedirme.
Quizás nunca sabrás que te amé.
O quizás mi rostro habló en ese instante más que cualquier palabra.
En todo caso, me da igual, porque ahora, un mes después, ya solo eres una sombra en mi camino.
Y es que las cosas ausentes son fáciles de olvidar.