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martes, 31 de agosto de 2010

Mi concepto de normalidad (parte III) [Final] + Nota del autor

Entre el sueño alguien dijo que me había vuelto loca, y que habrían podido pasar cosas peores. Que había tenido suerte.

Yo no lo creía.

Eso había sido un milagro.

Al día siguiente vi un poco la tele y salió la casa de la mujer y la cara del hombre, que ya estaba en la cárcel, a la espera de que le juzgasen.

Era extraño.

También mencionaban a un héroe, pero supuse que era el vecino.

Aunque decían que había sido una mujer.

¿Yo? No había hecho nada destacable.

Si alguien era atacado, lo más normal era defenderle.

Yo sólo hice lo que me parecía normal.

Ni bueno ni malo, normal.

Era algo parecido a lo que había pasado conmigo y mi padre.

Sólo que la mujer con miedo había sido mi madre.

Y el vecino o lo que sea salvador era mi actual padre.

Era lo que siempre había creído normal.

Ese día me di cuenta de lo que es normal para unos, para otros es algo raro.

No me sentía mal, ni tampoco especialmente orgullosa.

Aunque mi mamá armó una gran fiesta y me obligó a cambiar de peinado, por si acaso a.

Mi padre durmió conmigo esa noche, para que no tuviera miedo, y acarició mi pelo tiernamente, diciendo una y otra vez que era una gran mujer.

La herida en mi labio curó y no dejó marca.

En mi corazón nunca había habido herida alguna por culpa de aquello.

Pero cuando seis meses más tarde, aquella mujer vino a mi casa con un gran pastel, del brazo del vecino o lo que sea, me sentí muy feliz.

Porque no había miedo en su mirada, y sus ojos no estaban recuadrados por ojeras.

Y era una mujer absolutamente normal.

Había cambiado de nombre y de casa, pero decía que se sentía liberada.

Que dejar atrás la identidad no importaba si podía salir a la calle sin temor a nada.

Se había cambiado de ciudad, pero estaba contenta en la que vivía.

Hacía talleres y esas cosas, para que el fantasma de su pasado no regresara jamás.

Me dijo que era como un ángel salvador para ella, y me prometió que nunca me olvidaría.

Yo tampoco la olvidaría jamás.

Empecé a trabajar ayudando a mujeres como ella cuando me hice mayor, y vi muchas personas como ella, muchos ojos como los suyos, muchas miradas.

Demasiadas, quizás.

Porque aquellos hombres no eran normales, y aquellas mujeres no deberían considerar como “normal” aquellas miradas frías y apagadas que devolvían a quien las miraba.

Reformé sus conceptos de normalidad y las aparté del miedo, borrando de sus cabezas los recuerdos y las dudas.

Cada vez que salgo a la calle y miro a mi alrededor, a veces, veo a mujeres normales, y a otras que no lo serán si no se las ayuda.

Doy un paso hacia ellas, les tiendo la mano y les digo: “Por muy grande y fuerte que sea, seguro que hay algo que podamos hacer si estamos juntas.”


Nota del autor: Lo lamento si a los pocos lectores que me quedan [X3] les parece que el blog está perdiendo calidad, lo siento de verdad.
Mi blog, que antes era quizás un poco más tenebroso, está perdiendo oscuridad, lo que no sé si es bueno o contraproducente.
Después de esto pondré algo más a mi estilo.
La verdad es que estoy enfrascada en mi tercer libro y cuarto libro (que vienen a ser las segundas partes del primero y el segundo) por lo que he perdido la capacidad de hacer algo más corto que treinta páginas.
Me gustaría que alguien me pusiera un comentario, [no hace falta que sea muy largo] diciéndome si prefiere el estado actual o el anterior, se lo agradecería un montón.

Hasta la vista, y espero que os guste!

2 comentarios:

¡No matemos a los árboles!