Páginas

lunes, 24 de febrero de 2014

Las constantes

Desde que puedo recordar, ha habido dentro de mí dos constantes.
La primera de ellas es el ansia de expresión. Siempre he querido expresarme, conocerme y hacerme conocer, rastreando casi obsesivamente cada una de las pistas que me iba dejando, analizando cada comportamiento, intentando comprender de puertas para dentro lo que tan incomprensible parecía a los de fuera.
La segunda, menos agradable, es el eterno rechazo que he experimentado hacia lo que tanto estudiaba: yo misma.

Ahora mismo, en este momento de mi vida, mis constantes se han dado la vuelta a sí mismas y tengo pocas ganas de bucear en mis emociones, firmemente encorsetadas entre las ballenas de la ocupación constante y la distracción.
Por primera vez en años, no quiero analizar cómo me siento.
No quiero sentir, ni un poco, porque si me pongo a pensar en ello, probablemente me hunda en el pozo de la lamentación.
Pérdidas importantes han dejado en mí un vacío absoluto, carente de amargura o de culpa. Vacío y nada más, mientras no me atreva a mirarlo de frente mucho tiempo.
Pero no tengo miedo porque, también por primera vez en años, me valoro y me respeto.

Quien crea que es imposible engañarse a sí mismo por mucho tiempo se equivoca.
Podemos levantar barreras emocionales infranqueables o disfrazarnos a nosotros mismos con vestiduras despreciables con tal de seguir avanzando a nuestra manera.
Cubrí mis propios ojos con el velo de una ilusión porque me resultaba más fácil pensar mal de mí que de los demás.
Pero ahora que los años han difuminado la ilusión y el cambio de ambiente me ha sentado frente a mí misma para obligarme a mirarme y, sobre todo, a hablar con sinceridad, debo decir que no tengo más motivos para odiarme que el reflejo de ese dolor que me embargaba.
No soy la gran culpable de mis desgracias, al menos no al 100%, y hay en mí muchas más cosas admirables que despreciables, por mucho que me empeñara en pensar al contrario.
Esas enormes listas de defectos que construía mi mente en febril desenfreno se han acabado, al menos mientras pueda evitarlo.
Es la era de las listas de puntos a favor y no en contra, porque bien conozco mis defectos sin necesidad de estudiarlos todo el rato. Ya he dedicado años a observarlos en profundidad, a diseccionarlos hasta las raíces; ahora es tiempo de aceptar.
Tampoco voy a ponerme aquí a hacer una apología de mí misma, quien me conozca tendrá su opinión y de nada servirá lo que pueda decir contra su imagen formada.
Lo que sí puedo decir es que, si bien tengo mis detractores, mayores y más poderosos son mis aliados, y más están en disposición de juzgarme que los que me giraron la cara sin apenas conocerme.
Como ser humano soy valiosa, al igual que todos nosotros, pero además me tengo por un ser humano particularmente agradable, con una primera impresión horrible, eso no creo que varíe, y un corazón lo suficientemente grande como para que tarde o temprano, quien se moleste en conocerme, lo vea y sea capaz de apreciar todas sus curvas y matices, toda las cicatrices tras las sonrisas y tanta buena intención como derrocho para poder dormir por las noches.
No voy a llorar, no mientras pueda evitarlo.
Soy realista, esta fuerza en la que ahora me sostengo, y que viene de muchas fuentes (a las cuales no puedo más que agradecer, ¡GRACIAS!, porque me cuidan y ayudan tanto que ni en mil años podría pagarles por todo lo que están haciendo), no hará que este dolor se marche tan deprisa como me gustaría, ni podrá evitar que de vez en cuando mis buenos propósitos se vayan al garete y no desee todo el bien que debiera desear, pero considero más importante darme cuenta de lo que esto ocurre y frenarlo que no sentirlo en absoluto, porque como dicen, "no es valiente el que no siente miedo, sino el que lo siente pero lo enfrenta".


Es en las grandes encrucijadas de la vida donde demostramos nuestro verdadero carácter, ese que no conocemos, ese que jamás creímos tener.
Y debo decir que agradezco estas encrucijadas por haberme mostrado cómo podría ser con más esfuerzo y, por qué no ser sinceros, con más sufrimientos y golpes de la vida, porque pequeña es nuestra capacidad de cambiarnos a nosotros mismos frente a la que tiene la vida de transformarnos.
Casi podríamos decir que más que hacer camino, el camino nos hace a nosotros, y sería un pensamiento más humilde, dado que parecemos inclinados a vernos como el centro de todo, hasta de las cosas que sabemos que jamás estarán en nuestras manos.

"Conocerse a sí mismo no garantiza la felicidad, pero está de su lado y puede darnos el coraje para luchar por ella". Simone de Beauvoir

En fin, que he madurado un poco estos últimos meses a base de sufrir y de llorar y, cómo no, de perder en los pulsos que mantenía, ingenua de mí y por primera vez, con la vida.
Yo, que siempre he caminado la senda ya marcada, quise salirme y me encontré con el muro de lo imposible.
No por mí, no, sino por mi manía de pensar en los demás y anteponer su bienestar. Yo, siempre buscando la solución que satisfaga a todos sin que eso me anule. Poco a poco dejo de lado al "todos" de la ecuación y le doy más peso al "yo", que al fin y al cabo, mi vida es mía y nadie estará conmigo más tiempo que yo y mi conciencia.


Y digo madurar, ¿pero eso que es?
Yo lo entiendo como aceptación, del mundo y de nosotros mismos, de las circunstancias, más que nada, y de nuestra capacidad de enfrentarnos o adaptarnos a ellas, según cómo se mire.
Maduras cuando te enfrentas por primera vez al reto y lo ganas. O lo pierdes, pero aprendes algo de él.
Yo no puedo considerar que haya perdido aunque el resultado no haya sido el deseado, porque la batalla me ha aportado tanto y me ha enseñado tanto, de mí y de todo lo demás, que nunca será derrota completa.
Me ha enseñado que, por duro que haya sido el golpe, no es suficiente para hundirme, porque hace falta más que eso para sacudir las firmes raíces de mi existencia.
Ese algo llegará, pero mientras trataré de prepararme para ello, en eso consiste la aceptación. Si no puedes impedir que llegue, que al menos no te pille en bragas y desarmado.
Yo, que he sobrevivo a la lucha contra mí misma, que es de las peores... ¿de verdad voy a tirar por la borda tanto trabajo, mío y de quien me amaba (ahora me doy cuenta, amor mío, de cuánto luchaste por mí, cuando deberías haber gastado toda esa fuerza en la tan necesaria reconstrucción de ti mismo)?

Tenemos un solo objetivo en esta vida, y es vivir lo mejor que podamos. Todo lo demás es prescindible, es una añadidura, la sal, el extra cuando lo básico está cubierto.
Para mí, vivir lo mejor que pueda es hacer feliz a cuanto ser humano se ponga en mi camino, a cada uno en la medida de mis posibilidades, dejar en ellos una huella que los haga sentirse mejor consigo mismos.
Porque yo no puedo permanecer junto a cada uno de ellos, pero sí puedo dejarles algo que les ayude a entenderse y a aceptarse y esa es, sí, señor, el arma más poderosa de la que disponemos ante la vida.
Esa obligación tan particular de la que nacen otras tantas, entremezcladas con las alegrías y las esperanzas, con el llanto y el dolor, con las pérdidas y las ganancias, con las personas y sus ausencias, efímeras o imborrables.

Así que, fiel a mi objetivo, escribo esto, y que no os parezca que estoy analizándome y contrariando a mi primera afirmación de que procuro pensar poco en lo que siento.
Todo esto ha sido un rodeo delicadamente estudiado al núcleo de mi dolor, una pasada superficial, aunque no menos cierta, sobre lo malo y una pasada detallada por lo bueno, que es mucho, y merece más mi atención.
No borraré de mí la tendencia a la melancolía, porque sería como borrar un importante fragmento de mi razón, pero puedo reconducirla, nunca enclaustrarla, y llevarla hacia donde pueda ser útil e incluso necesaria.
Quitándole el polvo a mi sentido del humor me hallo, señores.
Reconciliándome con los cumplidos, equilibrando naturalidad con inhibición, yendo a favor de la corriente de vez en cuando, sin que eso me haga perderme, porque el excesivo apego a la propia integridad nos impide mejorar y fluir con las circunstancias, siendo puros, pero adaptables.


De vez en cuando me encontrareis por aquí, quejándome, que va más en la línea de lo que soy, pero espero que también haciendo alguna reflexión interesante.
Como dato extra, sigo en el bloqueo del escritor, pero saliendo poco a poco, con varios proyectos entre manos que serían interesantes si lograra hacer algo más que empezarlos como, no sé, llevarlos a término.
Y cierro como si estuvierais ahí, despidiéndome.
No con el adiós, en el que no creo, porque nunca lo uso en los momentos importantes, sino con mi amado "espero que todo te vaya bien", que es más sincero y más de provecho que la afirmación de lo evidente, que me voy, y a saber cuándo volveremos a vernos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No matemos a los árboles!