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lunes, 7 de marzo de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte 6

El sábado por la mañana, el timbre sonó a las once en punto, con una insistencia poco habitual. Corrí hasta la puerta con el cepillo de dientes aún en la boca, preocupada. Pero al abrirla, me encontré con la cara sonriente, y un instante después burlona, de Neil, esperándome con insistencia. Me puse colorada hasta las orejas al darme cuenta de que le estaba ofreciendo mi peor aspecto a un completo desconocido. Pijama de ositos, pelo revuelto y cara dormida, rematado por la guinda final: morreras blancas de la pasta y expresión anonadada. Se echó a reír al verme con semejantes pintas, por lo que le cerré la puerta en las narices. No es que quisiera hacerlo en serio; sólo fue un acto reflejo, pero él fue rápido y puso el pie en el quicio, manteniéndola un poco abierta.

-No te enfades; es sólo que estás muy linda, muy… natural. –Completó, ahogando la risa.

Tenía el pelo rubio brillante, como si acabara de ducharse, y su sonrisa parecía aún más grande que la de la otra vez. Le hice un gesto para que pasara y regresé a mi cuarto de baño, alucinada. Podía haber avisado o algo. Me arreglé a toda velocidad, corriendo más de lo que había corrido en toda mi vida, y cuando me planté frente a él, lista y perfecta para salir… me di cuenta de que no me estaba mirando.

-¿Neil? –Parecía muy ocupado mirando mi vitrina, como si no hubiera nada más en el mundo. -¿Qué haces?

-¡Ah! –Saltó, sorprendido. –Bueno, miraba tus premios.

Ah, eso. Me puse junto a él para observar las copas y medallas que, olvidados, cogían polvo en un rincón.

-Nunca imaginé que patinaras. –Comentó con una radiante sonrisa.

La mía se había quedado congelada en la cara, por lo que, al principio, no supe qué responder.

-No, no patino. Ya no, al menos. –Una risita nerviosa se me escapó mientras le dejaba y cogía la chaqueta con calma.

-¿No? ¿Por qué?

A veces la curiosidad tiene un límite, y el mío era ese. Pero aún así, por primera vez en años, pude contestar a esa pregunta.

-Me lesioné. ¿No te has dado cuenta de que cojeo un poquito con la pierna izquierda? –Inquirí, señalándomela. –Así que tuve que dejarlo.

Me di media vuelta en dirección a la puerta y de pronto, su aroma ganó intensidad. Estaba muy cerca.

-Fue en los nacionales, ¿verdad? Tu pareja no te sujetó bien y caíste. –Musitó, con una voz más seria de lo normal.

Me giré de golpe hacia él y choqué con su cuerpo, sorprendida.

-¿Cómo lo sabes?

Neil dio un paso atrás, sonriendo como si no pasara nada.

-Al ver el apellido, lo recordé. Fue muy sonado en aquella época.

-Sí, supongo. –Admití, intentando desviar el tema. -¿A dónde querías llevarme?

-¡Ah, sí! –Pareció recordar de pronto. –Te gustará.

Me cogió de la mano (cosa que ya parecía costumbre), y me sacó de mi casa casi arrastras, andando con entusiasmo por entre las calles de la ciudad.

-¿Sabes? –Empezó con aire soñador. Cuando se aseguró de que tenía mi atención, prosiguió. –Tu casa huele a incienso. Pensé que no olería a nada.

Me eché a reír por lo bajo, reflexionando sobre el tema.

-Sí, tienes razón. Es que odio el olor que sale de casa de mis vecinos. La mujer está obsesionada con la limpieza, y la lejía no me deja respirar.

Neil sonrió, satisfecho.

-Pensaba que dirías eso. Y sí, tienes razón, esa mujer tiene una fijación con el desinfectante.

Me quedé mirándole, extrañada.

-Neil… ¿conoces a mi vecina?


Hola. Si he actualizado es simple y llanamente porque dos salvablogs caritativos han comentado. Perdonaré a los demás, porque seguro que no se han enterado. Y ahora... ¡Disfruten de la siguiente parte de este pequeño relato! [Aunque sea marcad en reacciones, para saber si existís o algo x3]

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