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jueves, 17 de marzo de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte 8

Todos le saludaban de buen humor, y casi ninguno parecía fijarse en mí, por lo que poco a poco me fui sintiendo tranquila. Neil corrió hacia los fogones, hizo una pose de estrella y dijo “¡ta-chán!” Me eché a reír mientras me preguntaba:

-¿Qué te parece mi cocina?

Levanté el pulgar hacia arriba en gesto afirmativo, acercándome a él con cautela.

-Vaya…. Debes ser muy buen cocinero para trabajar en este local. –Observé apreciativamente, reteniendo en mi memoria todos los aromas que me rodeaban, para ver si alguno coincidía con el de Neil.

Pero ninguno me sonaba.

-Claro. Soy un cocinero de tres estrellas. –Respondió, orgulloso.

-¡Guau! –Sonreí ampliamente, admirándole. –Entonces seguro que cocinas muy bien.

-Te he traído aquí para hacerte algo que te guste justo frente a tus ojos. Hoy es el día libre, por lo que me han dejado el restaurante. –Me quedé mirándolo fijamente, capturada por su mirada ilusionada. Ahora que lo decía, sólo había personal de limpieza, pero ningún cliente, y ya eran las dos y media de la tarde. –Así que… ¿qué prefieres? ¿Carne, pescado? ¿Verduras? ¿Gratinado, frito, asado?

Ante aquel lanzamiento de preguntas no supe qué responder.

-Emm… sorpréndeme. –Susurré con aire misterioso, quitándome el bulto de encima.

Neil me devolvió la mirada misteriosa y luego sonrió.

-De acuerdo. ¡Prepararé algo para que te chupes los dedos! ¡Fuera de la cocina!

-¿No decías que sería justo frente a mis ojos?

-¡He cambiado de opinión! –Exclamó, divertido.

Tiró de mí hacia las puertas y me acompañó hasta una mesa, sacándome la silla como buen caballero que era para que me sentara. Me dejé caer sobre ella con elegancia y le observé mientras, acelerado, regresaba a sus fogones con una mueca ilusionada. Los platos que llevaba en las manos cuando regresó, hicieron que mi memoria regresara mucho tiempo atrás. Unos espaguetis a la boloñesa de los cuales salía un olor especial, con el borde repleto de queso fundido, justo como a mí me gustaba. Empecé a temer que tuviera poderes paranormales para haber dado tan de lleno en lo que mi mente no se atrevería a imaginar pero que mi corazón ansiaba en secreto. Sólo faltaba que supieran igual. Apenas la salsa cayó en mi paladar, se me saltaron las lágrimas.

-¿Quién eres? –Pregunté, esforzándome por tragar. –Estos espaguetis son iguales que los que…

-Comiste el día que ganaste tu primera medalla.

Mis ojos se abrieron de golpe; el tenedor casi se me cae de la impresión.

-¿Cómo…?

-Sé muchas cosas. –Susurró, enigmático, metiéndose a la boca un buen rollo de espaguetis. -¿Te gustan?

-Claro. –Respondí, comiendo cuidadosamente con el esfuerzo añadido de que no quería que mis lágrimas los arruinaran. –No voy a hacer preguntas, pero… gracias.

Neil se sentó a mi lado y me retiró el pelo de la cara, arrebatándome el tenedor de la boca. Me secó las lágrimas con la servilleta y después, sin mediar palabra, enrolló los espaguetis en el tenedor y me hizo un gesto para que abriera la boca.

-¿Qué? No necesito que me des de comer. –Protesté, intentando recuperar el utensilio.

-Pero quiero hacerlo. –Insistió Neil con una enorme sonrisa que llevaba malas intenciones.

Al final tuve que ceder si quería comérmelos. El segundo plato era del menú de aquella vez, y por supuesto, el postre también. Fue una comida muy emotiva. Pero Neil apenas me dio tiempo de hacer la digestión cuando de nuevo, una vez recogida la mesa, me pidió que le ayudara a fregar. Acabamos los dos entre el jabón y los estropajos, fregando a toda velocidad para salir a pasear. Me cogió de la mano al terminar (ambos las teníamos suaves de jabón y un poco frías del agua) y me sacó a todo correr de allí, con la prisa que tanto le caracterizaba.

-¿A dónde vamos? –Inquirí, angustiada. Ya no sabía qué esperar de él.

-A un sitio que no te va a gustar. –Declaró, haciéndome correr para que no pudiera pensar.

Cuando llegamos, entendí a lo que se refería. Una pista de patinaje.

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