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jueves, 17 de febrero de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte 4

-Me llamo Neil. Encantado de conocerte, princesa. ¿Me puedes decir cómo te llamas o te va a dar corte también?

Negué con la cabeza sin levantar los ojos y respondí con un suave “Nara”, que pareció llamar su atención y ser un motivo para regalarme una sonrisa.

-Yo soy chef en el restaurante al que te he llevado antes, y me gustaría que te tomaras tu capuchino o se enfriará.

-Sí, sí, tranquilo. –Le di un suave trago y cerré los ojos, disfrutando de su olor, y también del que provenía del resto de la cafetería. –Oh, está muy bueno. –Aseguré con una sonrisa, que puso una extraña expresión en su cara.

-¿En qué trabajas? –Le dio un largo sorbo a su batido y me miró, expectante.

-Bueno, he trabajado en muchas cosas. Cuando era más joven ayudaba en la tienda de mi madre, durante la carrera fui camarera y después ayudante en un estudio de arquitectura.

-¿Y ahora?

Sonreí suavemente y me llevé la cuchara del capuchino a la boca, satisfecha con el olor amargo que ésta liberaba.

-Me he hecho cargo del estudio y soy la jefa.

-¿Qué? ¿Tan joven? ¿Cuántos años tienes?

Me sonrojé por la pregunta y por el entusiasmo con el que había sido formulada, pero aún así contesté:

-Veinticuatro, veinticinco dentro de dos semanas. ¿Y tú? –Interrogué con curiosidad.

-Veintiocho. –Debió percatarse de mi intensa y extrañada mirada, porque enfatizó. –Puedo enseñarte mi carnet de identidad si no te fías.

Reí suavemente y le hice un gesto de que no hacía falta, porque ya se llevaba la mano al bolsillo para sacarlo de verdad.

-¿Puedo confesarte mi secreto?

Aquella pregunta tan extraña tan de repente me llamó la atención, pero asentí, acercándome un poco más como él me indicaba.

-Entiendo a lo que te refieres con lo de los aromas. Cada vez que huelo algo que se parezca remotamente a comida la boca se me hace agua y pierdo la cabeza. Imagino que sientes algo parecido cuando percibes un olor que te llame la atención, ¿verdad?

Le miré con los ojos abiertos por la sorpresa y después sonreí, acomodándome en la silla para poder explicarme.

-No es como si se me hiciera la boca agua. Es como… si sintiera algo cálido y muy, muy agradable en todo mi cuerpo y sobre mi piel, como cuando te metes bajo las sábanas calentitas en una fría noche de invierno. Y no tiene que ser necesariamente de comida. Conocí a mi mejor amiga porque tenía un aroma especial. Aunque supongo que me ha pasado lo mismo contigo. Es la primera vez que me pasa esto con un hombre. Mis novios me dejan por eso.

-¿Entonces estás soltera? –Preguntó con una expresión difícil de descifrar.

-Esto… acaba de dejarme mi novio. Por eso era un día horrible. –Confesé, escondiendo la mirada dentro del capuchino otra vez. Sus últimas palabras han sido “No quiero volver a verte nunca más” y “eres una rara”, así que no me ha quedado muy buen sabor de boca. Aunque tu capuchino lo arregla. –Intenté animarme para no ponerme a llorar al recordarlo.

-Déjales. Ellos se lo pierden. –Su voz interrumpió mis pensamientos, captando mi atención. –Y si no podían comprenderte es porque no eran tu persona destinada.

La curiosidad me pudo y dirigí de nuevo a él la mirada, encontrándome con sus ojos serios y fijos en los míos, como si hubiera algo en ellos que no pudiera dejar de mirar. Era una persona muy linda. –Todas las chicas con las que he salido pensaban que amaba más la comida que a ellas. Y en el fondo tenían razón. No había nada que me dieran ellas que no pudiera satisfacer con un buen batido de chocolate.

Sonreí suavemente, negando con la cabeza, como rechazando su actitud.

-Eso es muy cruel. Una persona es irremplazable. Un batido no. Esa es la principal diferencia.

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