Páginas

miércoles, 9 de febrero de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte II

Por petición especial, aquí un pedacito del regalo.


Sentí como una jarra de agua fría caía por mi cabeza tras esas palabras. Debió notarse en mi cara, porque de inmediato se disculpó, asustado.

-Lo siento, lo siento. ¡No me malinterpretes! –Exclamó, levantando los brazos como si estuviera diciendo “¡no me dispares!”. Sin querer, sonreí. –Lo que quería preguntar es si estabas libre, nada más.

Un pequeño rubor apareció sobre sus mejillas, al mismo tiempo que una ráfaga de viento me traía su olor y me extasiaba.

-No… no pasa nada. –Susurré, medio confusa. –Creo que ya te he comprendido.

-¡Genial! –Levantó los brazos de nuevo y me asusté. -¿Me aceptas un café como disculpa? –De pronto pareció acordarse de algo y murmuró para sí mismo: -No me digas que no te gusta el café, por favor.

-¿Eh? –Parpadeé un par de veces, asimilando lo que me decía. Sus dedos rodeaban mis brazos con una calidez muy distinta a su efusividad. –Claro que me gusta el café. Aceptaré encantada tu invitación. Además, no tengo nada que hacer hoy.

-¡Dos veces genial! ¡Cómo me alegra que aceptes!

Aquel chico tan agradable me cogió de la mano y echó a correr sin preguntar si podía seguirle, guiándome con habilidad entre la jungla humana de la ciudad. Me alegré de no llevar tacones sino unas deportivas, porque si no esa carrera habría sido una tortura. Estuvimos un rato corriendo, durante el cual no paré de reírme de lo surrealista que la situación me parecía. Cuando paramos, me quedé alucinada. Era un restaurante bueno, de cinco tenedores, decorado de una forma exquisita. Lo siguiente que miré fui mi propia ropa y tiré de aquel chico hacia atrás, avergonzada, escondiéndome de forma inconsciente tras su espalda.

-Yo… no sé si deberíamos entrar.

-¿Por qué? –Preguntó con total inocencia, mirándome con sus ojos de cachorrito, justo cuando otra ráfaga de aire con su olor me envolvía y me hacía sentirme cálida, muy cálida.

-No voy vestida de forma adecuada. –Respondí, con la cabeza baja.

Su risa frente a mí me sorprendió. Levanté la cabeza para ver de qué se estaba riendo y me colapsé por completo al sentir la enorme felicidad que emanaba. Bajé la cabeza de nuevo, avergonzada de una manera muy diferente, y él lo notó. Sus dedos acariciaron mi barbilla; un escalofrío recorrió mi espalda por ello, por lo que no noté que tiraba de mí hacia otro lugar.

-De acuerdo, tú ganas. Iremos a una cafetería discreta, ¿sí?

Me hizo la pregunta con la cabeza inclinada; su parecido con un perro era tal que me entró la risa incontrolada.

-¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

-Tú. –Confesé, sonriendo sin darme cuenta. Echamos a correr otra vez, aunque al parecer esta vez el sitio estaba más cerca. –Pensaba que mi día era horrible, pero tú has cambiado mi forma de pensar. –Después de decir eso, paramos de golpe, miré a mi alrededor, o mejor dicho, olfateé a mi alrededor, y descubrí tal amalgama de aromas que no pude hablar.

-Permíteme que te ayude. –El chico se puso detrás de mí y me sacó la silla, con aires fingidos de caballero que también me hicieron mucha gracia. –Espérame mientras pido algo. ¿Tú qué quieres?

Me lo pensé por un segundo y respondí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No matemos a los árboles!