Páginas

martes, 8 de febrero de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte I + Nota de autor

Buenas:

Como por San Valentin nos ponemos todos románticos, he decidido tratar de hacer un regalo. El problema es que es un regalo bastante largo, así que vosotros decidís si queréis recibirlo. En la encuesta de siempre, os pregunto ¿Queréis seguir leyendo este peñazo? Si no votan al menos tres personas me temo que mi afluencia nula quedará de manifiesto x3

Un saludo! Y disfrutad de lo poco que os traigo! jeje



Me llamo Nara. Tengo veinticuatro años y una obsesión: los aromas. Cada persona, cada objeto, cada lugar tiene un olor diferente que lo caracteriza. Incluso aunque dos personas lleven el mismo perfume, no huelen igual. Algunas personas lo llaman don; otras, paranoia, pero me da igual. El problema que tengo con esto es que la mayoría de mis novios me dejan. Simplemente no puedo soportarlo. Pueden ser guapos, encantadores, atentos… pero si no siento nada cuando estoy cerca, si su aroma no me hace sentir bien… simplemente lo digo y me dejan. Creen que aunque sea guapa por fuera, hay algo mal en mi cabeza. Era mi sexto chico en un año y estaba más hundida que el Titanic esa noche. No sabía qué hacer. Así que me fui a la calle de los restaurantes y me dejé llevar. Caminé entre los transeúntes con los oídos cargados de música y los ojos en el asfalto, aspirando cada pequeño aroma que me encontraba. El perfume dulzón de un ama de casa, el melocotón de una chica de escuela, la fragancia fresca de un bebé en su carricoche… todo eso llenaba mi cabeza de una forma espectacular. De pronto, una nota más alta en el ruido que había en mi olfato. Acabé chocándome contra un chico sin querer; aquella sensación tan agradable me impedía pensar. Sentí una cálida mano ayudándome a ponerme en pie, y cuando levanté la cabeza me encontré unos ojos grandes y azules mirándome con curiosidad infantil. Me sentía tan deslumbrada como si un rayo hubiera caído junto a mis ojos, dejándome ciega. Era él, la persona que me conmovía. Una palabra me sacó de mi confusión:

-¡Mandarina!

El chico contra el que me había chocado me señalaba con su índice con total descaro y un hermoso brillo en la mirada, después de pedir una mandarina de la forma más extraña que podía imaginar. Me señalé a mí misma, sin saber si me hablaba a mí en realidad, y cuando asintió con efusividad, pude entender a qué se refería. Su imagen se me asemejó a un lassie leal esperando su premio por haber hecho alguna monería. Sonreí un poco mientras rebuscaba en mi bolso y sacaba una reluciente mandarina, tendiéndosela con cuidado para que la cogiera.

-¿Para mí? –Preguntó con aire inocente mientras la cogía como si fuera un verdadero tesoro.

-Sí, para ti. –Aseguré, riendo entre dientes.

De pronto me di cuenta de que se me había quedado mirando y me sonrojé un poco, sin saber a dónde dirigir la vista.

-¡Muchas gracias! –Exclamó aquel desconocido, taladrándome con su energía y su mirada. Poco a poco, comenzó a pelar la fruta, guardando las cáscaras en su mochila. Cerré los ojos un momento, disfrutando del olor de la misma, captando un retazo de ese aroma desconocido que tanto me encantaba. –No todo el mundo le da una mandarina a un desconocido con el que se choca.

-Oh, no pasa nada. –Comenté, restándole importancia. –No iba a comérmela de todas maneras.

De repente, levantó su mano hacia mi rostro y retiró un molesto mechón de mis ojos, colocándolo detrás de mi oreja. Sus dedos rozaron descuidadamente mi mejilla al alejarse.

-Tienes una voz y una sonrisa muy bonitas. ¿Te ha dejado tu novio ya?...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No matemos a los árboles!