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miércoles, 16 de febrero de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte 3

-¡Sorpréndeme!

Se me quedó mirando fijo durante un rato y sacudió la cabeza después, poniendo dirección a la barra con una sonrisa. Me arreglé un poco la trenza medio deshecha caída a un lado que llevaba ese día y apoyé los codos sobre la mesa, mirándole un poco mejor. Tenía el pelo un poco largo y rubio, con algunos mechones cayéndole sobre los ojos, pero no parecía importarle. Llevaba un anillo plateado en la mano derecha, y una gruesa muñequera en la izquierda. La ropa que llevaba le iba de perlas a su carácter aparentemente desenfadado, y el pendiente que relucía en su oreja izquierda le daba un aire burlón. Cuando regresó, traía un capuchino para mí y un gran batido de chocolate para él, con mucha nata por encima, que atrajo de inmediato mi atención.

-Vaya, ¿cómo vas a comerte eso? –Pregunté, fijándome en lo delgado que estaba.

-¡Me encanta el chocolate! ¿Y a ti que te encanta?

Lo pensé por un momento, pues nunca me habían formulado semejante pregunta de esa manera tan curiosa, y finalmente respondí:

-Oler cosas. Es decir, olfatear.

Me paré por un momento al ver su cara de impresión y me di cuenta del ridículo que había hecho. Lo único que pude hacer fue esconder el rostro entre las manos, incapaz de mirar su cara cuando asimilara lo que acababa de decir.

-¿¿DE VERDAD?? -¿Era mi impresión y había entusiasmo en su voz? -¿Y cuál es el aroma que más te gusta?

Separé un poco los dedos para ver si lo decía o no en broma, y vi cómo me invitaba a contestar con una dulce sonrisa. Mi pequeño corazón dio un vuelco en mi pecho; me sentía un poco mareada y confusa.

-¿M-mi aroma fa…? El tuyo, supongo. ¿Qué perfume usas?

¡¡¡¿¿¿Quéee???!!! ¡¡¡Aaaahhh!!!

Mi yo interior se tiraba de los pelos de la vergüenza mientras la de afuera se cubría la cara todo lo que podía, al punto de perder la cabeza y salir corriendo de la cafetería. La risa de mi amable desconocido me sorprendió, y también sus largos dedos tirando dulcemente de mis muñecas para que apartara las manos de mi cara. No las soltó incluso cuando consiguió su objetivo. Sus ojos me atraparon mientras decía:

-No utilizo perfumes. Lo que hueles se habrá pegado a mí de alguna manera.

Soltó una de mis muñecas para rascarse la cabeza con un leve rubor en las mejillas. Mi pensamiento automático fue “¡qué lindo!”, y dejé de hacer fuerza con los hombros (gesto que no podía evitar cuando me ponía nerviosa), aspirando su aroma.

-No lo creo. No lo he olido antes nunca. Simplemente, me dejas embobada.

El rubor volvió a mi rostro y bajé la mirada, avergonzada.

1 comentario:

  1. Pero él posó su leve dedo sobre mi abatida barbilla y levantando mi tez, recibí, inesperadamente, sus labios en los míos y esa dulce, única e intensa fragancia se transformó en saborear sus labios, de arriba a abajo, y... perdí todos los sentidos.
    Cuando desperté, tenía un montón de cabezas a mi alrededor y el batido derramado sobre mi pecho...
    No dejes de escribir, señorita.

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