“¿Cómo está mi hija, doctor? … No… No puede ser… Dígame
que está mintiendo, por favor. ¡DÍGAMELO!”
Oye…
Dime.
¿Lo sientes?
¿El
qué?
Nos están moviendo.
Nos
llevan a planta.
¿Por qué?
Nos
han estabilizado. Ahora tienen que esperar a que despertemos o a que nos
muramos.
¡Oh! ¡No digas esas cosas tan
feas!
¿Por
qué? No sé de qué te quejas; si nos llevan a planta, podrás oír a mamá y a
papá.
¿Sí?
Claro.
Nos vendrán a visitar, supongo. Mira, ya han venido.
…
…
Yo…
¿Qué
te esperabas? ¿Saltos de alegría? Es obvio que estaría destrozada.
Pero…
No
te sientas culpable por estar en coma. No lo podemos evitar.
¿No podemos hacer nada para
despertar?
No
sé. Prueba.
Mamá…
Échale
más ganas, mujer, que no te oigo ni yo.
¡Mamá!
Uy…
Casi.
¡No te rías de mí y ayúdame!
Anda,
déjate de estupideces. Mira, algo para darte que pensar. Papá no ha dicho nada
desde que ha llegado.
¿Y?
Es
muy impresionable, ¿recuerdas?
¿Qué quieres decir?
Creo
que no ofrecemos muy buena imagen ahora mismo.
¡Espera, le oigo!
¿Qué
dice?
“No, mi niña no… Mi pequeña
niña… Mi bebé… Eres tan joven, tienes tantas cosas por hacer… ¿Por qué no me ha
pasado a mí, mi niña? ¿Por qué?”
…
Yo pensaba que papá era más…
más…
Sí,
sé a lo que te refieres. Pero me parece que te quiere mucho más de lo que
crees.
¿“Te”? ¿Solo a mí?
…
…
Yo
me entiendo.
Es un poco difícil la lectura, sobre todo cuando hay espacios en blanco como los puntos suspensivos. No cabe duda de que la dificultad hace leerlo una y otra vez para entenderlo y eso es bueno, porque plantea un reto. Las reflexiones me encantan porque me hace ponerme en un punto intermedio de un debate: ¿Sera así cuando nuestra mente se desconecte de nuestro cuerpo? La doble personalidad con la que una misma habla da la sensacion de ser autonoma... En fin, un saludo y a por la sgte.
ResponderEliminar