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martes, 10 de mayo de 2011

Extraños en el jardín II (Opción B)

Me entró un cargo de conciencia terrible. Mira que dejar al señor Stacone en un agujero cuando podía ir a investigar luego.
Porque esto no quedaba así, desde luego.
Alguien había hecho el agujero y había escapado antes de que yo hubiera podido verle del todo.
¡No es justo! ¡Quiero saberlo!
Así que todo tenía que ser rápido e indoloro.
Dentro de la casa, me puse a gritar, esperando que alguien apareciera.
Silencio.
Cling de un microondas.
Silencio.
-¿Hola?
-Eh. -Mi vecino, el guapísimo, rubísimo y super empanado hijo del señor Stacone apareció por allí con un Colacao en la mano y una cuerda en el brazo, saludándome, todo parsimonioso. -Mi padre, ¿no?
-¿Cómo lo sabes? ¿Fuiste tú? -Pregunté, empezando a buscar culpables.
Habría estado genial que le hubiera interrogado con una pistola o algo, pero soy menos, y no creo que mis padres me dejaran comprarme algo tan caro.
(No por lo de peligroso, qué va, para eso ya están las katanas de mi hermano)
-¿Qué? -Masculló con dificultad, dándole un sorbo a su Colacao. -Qué va. Si eso da un montón de trabajo.
-¿Entonces cómo?
-Últimamente pasan cosas raras en el rodaje. -Y cambiando rápidamente de tema, dijo: -¿Te hace un cafecito?
Negué con la cabeza, cogiéndole del brazo para llevarlo hasta la parte trasera de su "mansión".
El señor Stacone ya empezaba a gritar desde el fondo del hoyo, aterrorizado.
-¿Ratita? ¡¿Ratita?! ¡El agujero se hace más pequeño! ¡Me hundo! ¡Me asfixio! ¡Me come un cocodrilo! ¡Ayúdame!
De pronto, el vecino, Jordan, me hizo un gesto para que parara y sonrió.
-¿Qué ocurre? -Musité, preocupada por si hubiera oído algo sospechoso.
-Nada. Solo quiero que sufra un rato. Me ha quitado la paga, uno así no puede comprar pintura, ¿sabes?
-¿Para teñir palomas? -Pregunté, quitándole la cuerda y echándosela a su padre, que gritó, aliviado.
-Exacto. De rosa no molan nada, te lo aseguro.
Entre los dos lo sacamos, haciendo mucha fuerza, porque aunque estuviera delgado, era enorme, el tío, y todo músculo.
Cuando estuvo arriba, se puso a llorar como un crío, besando el suelo y todo.
-Gracias, ratita. Gracias, Dios. Gracias... ¿Me das un Colacao?
El señor Stacone estaba bien. Una cosa menos. Ahora a por el sospechoso.
Miré a un lado, luego al otro, y eché a correr hacia el bosque, tras la sombra que hacía rato que había desparecido.
No era un bosque muy grande, pero sí muy frondoso, igualito que los de las películas de miedo.
Casi oía las serpientes arrastrándose y todo.
Tuve un momento de duda una vez estuve dentro, pero necesitaba inspiración para mis libros. ¡Lo necesito!
Entre los árboles medio caídos y las ramas en medio, creí que iba a emprenderla a patadas con el árbol, por fastidioso, pero por fin llegué a un claro en el que paré para reflexionar un poco.
No iba a encontrarle ya, le había dado tiempo más que de sobra a escabullirse del todo.
Quizás si me sentaba y pensaba, podría...
De pronto, se oyó un ruido a mi espalda.
Como maleza apartándose y pasos.
Ay, madre mía, que me ha encontrado. Mira, hay un palo enorme a mis pies. ¿Qué hago?

Opción A: Me doy media vuelta, cojo el palo y le arreo tal mamporrazo que ya no se va a acordar de su nombre, el tío.
Opción B: Echo a correr a toda velocidad, que como me quede quieta, soy carne de hamburguesa, os lo aseguro.

Hasta la semana que viene!

1 comentario:

¡No matemos a los árboles!