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jueves, 8 de noviembre de 2012

La princesa samurai o cómo perder mi tiempo en estupideces que nadie se va a leer



Había una vez...

una princesa samurai encerrada dentro de un cuento infinito, sin final ni principio, sin estilo ni argumento, solo un personaje en un folio en blanco, que por no tener, ni tan siquiera tenía rostro.

Tenía el pelo blanco como la nieve, la piel blanca como las paredes de su encierro, y una katana de hoja blanca y mango negro en la mano como única compañera de encierro.

Ansiaba volar , conocer mundos nuevos, encontrarse con otros como ella, viajar.

Pero no podía escapar de su creadora, ni cambiar el folio en blanco por un prado a todo color, así que permanecía, sin rostro, en el tiempo infinito, con su espada en alto, aguardando.
Un día... llovieron sobre ella gotitas de colores en forma de bolas.

Eran caramelos de todos los sabores, desde fresa hasta regaliz, caramelos que su creadora había dejado olvidados en el papel.

Eran tan bonitos y esféricos...

La princesa samurai deseó poder saborearlos, poder tocarlos, poder hacerlos rodar por ese prado que tanto ansiaba encontrar.




Los caramelos... rodaron y rodaron gracias a un soplo de aire de su frustrada creadora y cayeron sobre su cuerpo blanco nieve, blanco folio y blanco pared.

Las rojas de fresa, las más sabrosas, fueron sus ojos y su pelo.

Las azules, las más hermosas, cayeron sobre sus hombros como brillantes zafiros aguamarina.

El resto se repartieron por sus ropas, como lunares saltarines iniciando una danza espectral.





De pronto... un aleteo de hogares sin personajes se llevó las cuentas de colorey dejó caer un objeto junto a ella con un breve crujido.

La princesa samurai... lo observó casi con miedo, buscando reconocerlo en las viejas historias que su creadora narraba en voz alta de vez en cuando.
Tras mucho pensar, lo descubrió.


¡Era una guitarra!

Esa cosa que servía para hacer... ¿Cómo se llamaba?

¿Música?

La guitarra era tan roja...

¡Y brillaba!

La princesa quiso cambiarla por su afilada espada, pero sus manos no alcanzaban a ella.

Por más que se estirara, no podía sacarlas de su rígida postura.

Lo intentó mucho, mucho tiempo, pero su agitada creadora no tenía tiempo para dar, y lanzó sobre ella un montón de papeles y objetos variados y chirriantes.

Una segunda guitarra cayó, azul como el cielo, también sus cuentas y sus gráficas del colegio, los lápices y las gomas, casi el ordenador.


La princesa... se dio por vencida.

Nunca podría salir de su folio.

De su papel en blanco.

No conseguiría un prado verde, ni una guitarra en vez de un cuchillo afilado.

Y así termina esta historia.

La princesa samurai, sin rostro ni esperanza, cerró los ojos y durmió mientras su creadora tocaba con guitarras de juguete la melodía de una historia sin contar.

FIN

O no, nunca se sabe. De los sueños se despierta, de los cuentos se reniega y de la esperanza uno no se libra hasta que muere.

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