Páginas

lunes, 4 de abril de 2011

El aroma que no se puede encontrar en ninguna parte 11

-C-claro.

-Deberías haber visto tu cara cuando te comiste esos espaguetis, de verdad. –Se sonrió, arrancando un latido desesperado a mi abrumado corazón. –Te habían tocado a ti los que había hecho yo, en los que no confiaba demasiado mi maestro. Parecías tan feliz que… ¡En ese momento decidí convertirme en un chef de lujo! –Exclamó, recuperando de repente su entusiasmo. –Y cuando lo consiguiera… prometí que volvería por ti, a entregarme a esa niña que me había dado fuerzas para continuar. –Solté un gemido ahogado cuando sus ojos se clavaron en mí con fuerza, demasiado cerca. –He tardado diez años en estar a tu altura. He tardado diez años en reunir el valor para estar contigo. –Si en ese momento me hubiera pedido matrimonio, hubiera contestado que sí sin pensarlo. ¿Quién gastaría tanto tiempo en pos de un sueño tan lejano? –Pero… te he engañado, así que no merezco que me mires siquiera.

Me cayó un jarro de agua fría tan grande que mi rostro debía mostrar una terrible impresión.

¿Por qué decía ahora esto?

Se puso en pie, derrotado, y se alejó de mí como si alguien hubiera cargado una enorme cruz a sus hombros.

-Espera… Neil… ¡Espera!

Tardé tanto tiempo en reaccionar que después tuve que correr.

El suelo frío pasaba deprisa bajo mis pies descalzos, pero no tenía tiempo para pararme a pensar en ello.

-¡Neil!

En la calle, su silueta no estaba en ninguna parte.

De pronto, tuve miedo.

No puedes hacer una declaración tan sumamente hermosa y después evanescerte como si fueras una racha de viento.

¿Qué dirección debía tomar? ¿Por dónde debía correr para encontrarlo?

Sentí como la frustración me embargaba en ese momento.

Pero algo llegó hasta mí.

Su olor.

Era un hilo muy fino, pero no parecía estar muy lejos.

Cerré los ojos y confié más que nunca en mis sentidos.

Allí estaba, apoyado en la pared de un mohoso callejón, llorando.

Ahora era un perrito triste y muy mojado.

Nada me detuvo en ese momento, cuando el hecho de abrazarlo y apretarlo contra mi pecho me pareció lo más normal del mundo.

El corazón me latía demasiado rápido, pero no tenía tiempo para pensarlo.

-Nara, ¿qué…? ¿Qué haces aquí? ¿No te has enfadado? –Casi tartamudeó con inquietud.

-¡Claro que no, estúpido! ¿Acaso has hecho algo malo?

No podía entenderlo.

Si su único pecado había sido amarme, ¿cómo podía juzgarlo?

Más aún cuando yo estaba cometiendo el mismo.

-Pero… me acerqué a ti con segundas intenciones, y tú…

Sus ojos eran muy azules en ese momento. Era por las lágrimas, que cayeron sobre mis mejillas cuando me incliné para besarlo.

-No quiero hacerte daño…

Ahí quise comérmelo, comprobar si era tan delicioso como sus palabras y su aroma llevaban siglos anunciando.

Estaba absolutamente desesperado.

Aquel temblor lo hacía tan vulnerable que quería acunarlo en mis brazos como si fuera un niño.

-¿Qué has hecho todo este tiempo para hacerme daño?

-¡Si lo analizas cuidadosamente, podría ser un acosador! –Exclamó, poniéndome las manos en los hombros como si estuviera intentando convencerme de eso. –Me compré un piso cerca del tuyo, asedié a preguntas a tus vecinos y te vigilé durante años. Si es no es acechar, creo que…


1 comentario:

  1. Aaahora me acuerdo. ya sé porque has tardado tanto... este es de los mejores xPPP. Ya sabes, sube el ansiadísimo final para mi y el resto de tus maravillosos lectores. =D
    Maestra! xD

    ResponderEliminar

¡No matemos a los árboles!