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miércoles, 12 de enero de 2011

El corazón de un asesino


En mitad de la batalla hay sangre, luego lágrimas, después destrucción. El miedo a la muerte no existe. Su eco es demasiado suave para que mis oídos saturados de rabia lo puedan escuchar.
Los gritos de la parca sobresaltan nuestras almas mientras cruzamos espadas.
Está claro el final.
O tú o yo, pero alguien morirá.
No hay dolor, no hay piedad.
No necesito caridad.
No me importa si tu alma se desmigaja en el viento.
Quiero tu muerte y la quiero ya.
Quiero desgarrar tu corazón mientras aún late y escribir mi epitafio con tu sangre.
Voy a violar tu humanidad destrozando tu cadáver.
Utilizaré palabras sucias cuando te atraviese; teñiré de cobalto tu rostro irreconocible.
Sí, puedo sentirlo.
Mi acero atraviesa tu cuerpo, tu esencia carmín cubre la hierba hasta hacerla desaparecer.
Más, MÁS, quiero más.
Oirán las voces de tu sufrimiento a cientos de kilómetros de aquí.
No hay dios, ni ley ni escarmiento.
Este territorio es libertad.
Haré lo que quiera contigo y a nadie le importará.
Eres un soldado sin rostro, un pedazo de carne sin identidad.
Un número para engrosar la lista de bajas de uno de los lados de este ejército vivo en la muerte. No veo tus colores, desconozco tu nación y no me preocupo por tu pasado.
¿Familia?
¿Amor?
¿Amistad?
¿Crees que eso me frenará?
No me importa.
No me mires como si debiera importarme.
No me obligues a resucitar mi humanidad.
Mi única preocupación es triturarte hasta que no quede nada más.
Sí.
La única manera de devolver mi sentido a la vida es regar con tu sangre la tierra.
No existo para nada más.
Te destruiré y escribiré mi nombre en la gloria con tu aura.
Y como contigo, con todos los demás.
Hasta que un corazón más helado que el mío haga lo que sufres tú a mi existencia.
Digna manera de convertirme en cenizas.

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