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lunes, 14 de diciembre de 2009

Un amor de familia


Lo suyo era un amor fácil que quedaba de maravilla.

Un amor de esos para enmarcarlo.

Un amor sin amor, un amor de plastilina.

Un amor de noches vacías, de camas compartidas a la fuerza

y de silencio mediocres en cenas con la familia.

Era amar porque no había nada mejor que hacer.

Por el miedo a la soledad, sustituido por una soledad compartida.

Un amor de esos que viven los actores en las películas.

Tan perfecto que no existía.
Café con sal y vinagre en las heridas.

Ácido en las mentiras.

-Buenas noches, mi amor.

-Buenas noches, mi vida.

Y así todos los días.

Con la única sazón de los partidos de tenis de él, y las noches de charla de ella.

Un amor muerto y enterrado en el jardín, bajo una maceta.

Un amor occidental y pesado.

Un amor sin obligación, sin permiso y sin vallado.

Pero aprisionado.

El amor de mi familia.

De mi mamá y mi papá, que no se hablan ni se gritan.

Que ni se miran.

Porque nos miran a nosotros para no tener que coincidir miradas.

Y ver la culpa en ellas.

Amor de sofá y telenovela.

Amor sin miel ni azúcar, pero pegajoso como las mañanas de calina.

Desamor sin más, con tila.

Es un amor sin amor.

Es el amor de mi familia.

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